Cuenta la leyenda que hace cientos, miles de años, antes de que el clima cambiara drásticamente... vivían en una colina una manada de mamuts.
Dentro de esa manada había un pequeño mamut de pelaje oscuro. Este pequeño mamut era muy distraído, si su mamá mamut le estaba hablando y se le cruzaba por delante una mariposa, allá que se iba detrás del insecto.
Tenía una imaginación enorme y siempre estaba viviendo fantásticas aventuras dentro de su cabeza.
Pero cuando el clima comenzó a cambiar y la manada decidió emigrar para encontrar un nuevo lugar para vivir, todos le dijeron que dejara de lado un tiempo sus fantasías y se centrara en el viaje que podía ser pesado y un poco peligroso.
Pero no hubo forma, al mamut lo distraía hasta el vuelo de una mosca, y en uno de sus despistes, se perdió de su manada.
El mamut estuvo vagando triste y nervioso un tiempo intentando encontrar a su familia, hasta que se dio cuenta de que así no podría sobrevivir, así que sacó fuerzas y decidió vivir su primera aventura real, debía encontrar un sitio donde refugiarse, aunque era muy despistado había escuchado a los mayores hablar sobre el cambio de clima y decidió que una cueva sería el mejor sitio para guarecerse.
Después de mucho andar encontró una cueva, con las características que buscaba, lo suficientemente amplia para estar cómodo, pero no tanto como para pasar frío, con bastante maleza alrededor y buena ventilación.
Pero lo que el mamut no sabía es que aquella cueva era muy especial.
El mamut se quedó dormido después de la caminata, pero no se quedó dormido un ratito, ni una hora o dos, ni siquiera un día... durmió ¡¡años!!
La cueva tenía una magia especial, que resguardó al mamut de todo lo que ocurría fuera, y hasta que el cambio climático que hubo no se estabilizó, el mamut durmió plácidamente en la cueva.
Cuando despertó, se dio cuenta de que algo había cambiado, tanto fuera de la cueva como en él mismo. De estar tanto tiempo durmiendo su cuerpo se había quedado chiquitito y la luz del día le molestaba mucho a la vista pero su olfato había mejorado bastante.
Intentó salir varias veces de la cueva, pero se dio cuenta de que por allí rondaban unos seres un poco extraños que andaban a dos patas y gritaban mucho y le dio mucho miedo y se quedó en su cueva.
La luna observó al mamut durante años, allí solito en su cueva, le daba penita porque ella también sabía lo que es estar sola, y se apiadó de él, así que cada noche le enviaba garbanzos a la cueva para que el mamut se alimentara, hasta que decidió que ya era hora de que se animara a salir y con un rayito de luz de luna lo invitó a salir de la cueva.
De noche el mamut se sentía más cómodo, y un olor característico que a él le encantaba lo hizo seguir una senda, llegó a lo que él pensaba era una gran piedra blanca con boquetes de la que salía ese olor tan rico que le hacía la boca agua, se acercó, se asomó por uno de las rendijas que había y para su sorpresa vio que aquello estaba lleno de esos seres que le daban tanto miedo, se escuchó un estruendo enorme y el mamut salió corriendo a refugiarse detrás de unos arbustos.
Esa gran piedra blanca que vio el mamut no era otra cosa que El Remolino y el olor que lo atrajo fueron los garbancitos que se estaban tomando los niños/as en la sopa. El gran estruendo que se escuchó fueron los niños y niñas gritando asustados, no se ve todos los días a un mamut asomarse por una ventana del comedor.
Pero una de las niñas que estaba allí, pensó: "mis animales se acercan a mí cuando estoy comiendo porque tienen hambre, así que con el mamut puede que sea igual", y valiente se acercó al mamut y le ofreció su plato, el pequeño mamut un poco asustado al principio se acercó a la niña y se comió todos los garbanzos, y la niña pudo verlo y tocarlo, le encantó la experiencia y se lo contó a todos y todas sus compañeros y monitores, y desde aquel día, cada vez que comemos garbanzos, el mamut y la luna, se acercan a jugar con los remolineros y remolineras.
Y en esta quincena no pudo ser menos:
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